Maridaje musical: "Who wants to live forever" (Queen) enlace youtube
Dicen que en los instantes inmediatamente anteriores al óbito, toda nuestra vida discurre ante nuestros ojos. Él no estaba ni siquiera cercano a la fecha de su muerte; sin embargo ésta había pasado justo a su lado hacía sólo un puñado de segundos, para llevarse el alma de la joven cuyo cadáver yacía a sus pies. Allí plantado, ausente y petrificado ante la visión de la fotografía que la muchacha le había entregado con sus últimas fuerzas, repasó toda su difusa existencia e iluminó las sombras que ésta poseía, gracias a la imagen acogida en sus manos.
Su padre murió cuando él apenas había cumplido un año y los recuerdos paternales se habían evaporado de su memoria. Su madre tampoco le había prestado gran atención durante los primeros años de su infancia, pues siempre se encontraba demasiado ocupada con sus investigaciones. No tuvo tiempo de saber con exactitud a qué se dedicaba ya que nunca le contó las actividades que realizaba en su laboratorio. En esa época el mejor momento del día era el primero, cuando ella le despertaba con un beso antes de partir apresuradamente para impartir docencia en la Facultad de Ciencias o para encerrarse voluntariamente en su prisión, dejándole a él encarcelado afuera.
Dicen que en los instantes inmediatamente anteriores al óbito, toda nuestra vida discurre ante nuestros ojos. Él no estaba ni siquiera cercano a la fecha de su muerte; sin embargo ésta había pasado justo a su lado hacía sólo un puñado de segundos, para llevarse el alma de la joven cuyo cadáver yacía a sus pies. Allí plantado, ausente y petrificado ante la visión de la fotografía que la muchacha le había entregado con sus últimas fuerzas, repasó toda su difusa existencia e iluminó las sombras que ésta poseía, gracias a la imagen acogida en sus manos.
Su padre murió cuando él apenas había cumplido un año y los recuerdos paternales se habían evaporado de su memoria. Su madre tampoco le había prestado gran atención durante los primeros años de su infancia, pues siempre se encontraba demasiado ocupada con sus investigaciones. No tuvo tiempo de saber con exactitud a qué se dedicaba ya que nunca le contó las actividades que realizaba en su laboratorio. En esa época el mejor momento del día era el primero, cuando ella le despertaba con un beso antes de partir apresuradamente para impartir docencia en la Facultad de Ciencias o para encerrarse voluntariamente en su prisión, dejándole a él encarcelado afuera.
Todo cambió drásticamente un día en que la caricia materna matutina vino acompañada de una promesa de compensación por el hambre de cariño que había padecido. A partir de ese momento transcurrieron dos años maravillosos en los que disfrutaron recíprocamente el uno de la otra. Ella nunca se apartaba de su amado retoño. Le agasajaba con peculiares y extraordinarios regalos, fundamentalmente juguetes; la mayoría se ponían de moda algún tiempo después de que él los hubiese recibido. Las pocas veces en las que madre e hijo se separaban, ella estaba ausente apenas unos instantes y sin embargo en ocasiones regresaba incoherentemente agotada. Él era un niño feliz sintiéndose por fin amado y teniendo una verdadera madre que velaba por su presente y por su futuro.
Tras esos dos años de felicidad y cuando sólo contaba con ocho primaveras, su vida sufrió de nuevo un cambio de rumbo radical al producirse la repentina desaparición de su sustento, guía y motor. La búsqueda se abandonó tras diez años de estériles investigaciones. A pesar de su temprana edad, fue capaz de recuperase de semejante trauma y podría decirse que su vida posterior discurrió de forma razonablemente normal hasta hoy, tres décadas después del fatídico día de la desaparición. Sintiéndose vigilado mientras desayunaba en la cafetería habitual, volvió la cabeza para quedarse sobrecogido ante la visión de una joven con el rostro de su madre, tal como era treinta años atrás. Ella emprendió la huida al verse inoportunamente descubierta y fue alcanzada por una motocicleta, golpeándose posteriormente la cabeza al aterrizar contra el bordillo de la acera que acababa de abandonar. Él llegó a su lado en macabra sincronía con el impacto mortal, para ser testigo de cómo la joven con el rostro materno se llevaba la mano temblorosa al bolsillo, para sacarla a continuación portando una foto que le tendió espasmódicamente, con una tierna mirada de amor. En la instantánea, su propia madre, con aspecto idéntico al cuerpo sin vida que tenía ante sí, posaba sonriente y orgullosa junto a una estatua: era la premonitoria imagen de sí mismo entrado en años. A los pies del monumento estaba grabado su propio nombre y dos fechas: una era la del año de su nacimiento; la otra estaba intencionadamente tapada por la mano materna. Entonces todo lo vio claro y aquél irreparable accidente justificaba el hondo vacío producido en el presente y sufrido en el pasado. En ese momento nació en él un nuevo objetivo cuya consecución sólo era cuestión de tiempo: Conocer qué le habría de hacer merecedor de una estatua erigida en su memoria.
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