martes, 4 de diciembre de 2012

Adiós, negro amor

Maridaje musical: "Negra Sombra" (Luz Casal) enlace youtube







Le era imposible conciliar el sueño. Llevaba más de dos horas dando vueltas y más vueltas bajo las sábanas; pensando en cómo se acostumbraría a la recién estrenada etapa de su vida. Como buen anfitrión, fue uno de los que más tarde abandonó la fiesta y se había acostado ya de madrugada. Contempló a su mujer, que dormía plácidamente a su lado y le regaló una mirada mezcla de amor y admiración. Ella sí que era un ser fuerte, pues había soportado durante años unos justificados sufrimientos que quedarían extinguidos a partir de mañana. Ya no tendrían que despedirse a diario con un beso tembloroso, deseando que no fuese el último. No volvería a dibujarle con su mano desde la ventana el boceto de un adiós que temía ser interpretado como definitivo. No necesitarían amarse a destiempo, con un nudo en el estómago ante la posibilidad de que no tuviesen una nueva ocasión…

            Entonces también pensó en “ella”, la otra protagonista de su vida; la que le esperaba cada jornada para recibirle en sus entrañas; la causante de las peores pesadillas de su esposa, en las que se sentía morir al serle arrebatado lo que más quería. Y se sorprendió al comprobar que, de alguna manera, también la amaba. Era un amor áspero, sucio y mercenario, pero amor en cualquier caso. Veinte años de relación no pueden tirarse por la borda en un instante y supo que la echaría de menos. En ese preciso momento, sintió que debía hacerla vibrar por dentro una última vez.

            Salió de casa firmemente decidido a provocar una postrera cita. Condujo durante varios kilómetros antes de entrar en el recinto que albergaba la planicie salpicada de negras colinas. Al bajarse del coche contempló el paisaje que los primeros rayos del amanecer le ofrecían. Muy probablemente, no volvería a tener esa perspectiva y quiso guardar la estampa en su mente a modo de homenaje. Tomó el ascensor con decisión y al bajarse en la octava planta, sonrió sinceramente por primera vez en ese lugar. ¡Ya nunca más tendría que volver!

            El estruendo sonó a celebración y sorprendió a todos los habitantes del pueblo. A media mañana, Xuacu, barrenero de la mina “La Camocha” durante dos décadas y recién jubilado, fumaba feliz. Se había despedido de su “amada” con un último orgasmo que la había removido a base de bien.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Afinando tensiones




Había convertido el cuarto de baño en una capilla ardiente. Sólo faltaba el cadáver, pero ese aspecto pronto sería resuelto. Todo estaba dispuesto con matemática precisión, hasta el mínimo detalle. Las gráciles llamas de las velas escenificaban una danza hipnótica, mecidas por la suave brisa que se levantaba al paso de su cuerpo desnudo. La decisión era firme. Ya no le quedaba nada, ni siquiera lágrimas que derramar. El eco interno provocado por los latidos de su corazón le hacía sentirse vacía y sola; marcando un ritmo incorrecto que componía una melodía desafinada en su vida; una pieza defectuosa en la mundana sinfonía que sometía todo lo demás.

                Escribió la carta a pesar de que no tendría ningún destinatario y la leyó varias veces, quizá con la idea de que al menos alguien cercano recibiera el mensaje. Cuando giró la llave del grifo del agua caliente se inició la cuenta atrás. A medida que el líquido ascendía por las paredes de la bañera, se incrementaba su fatiga al tratar inútilmente de descubrir algún recuerdo agradable y escrutaba, con la mirada hacia adentro, buscando cualquier motivo para seguir luchando. 

                Su mano derecha hizo de verdugo de la izquierda y luego ésta le correspondió en la misma medida, haciendo penetrar el rojo fluido en el agua de igual forma que el  humo de un cigarrillo rasga el aire con cada calada. Al cerrar los ojos percibió una nerviosa luminiscencia titilante. Como si una pequeña mariposa emitiese destellos de esperanza y la acariciase con sus alas. ¿Era esa la anhelada señal? Quiso averiguarlo llevando su mente a las proximidades de la fuente de luz, pero ésta pretendió alejarse al verse descubierta. Tensó todos sus músculos para evitar la huida, intentando retenerla como lo haría un experto domador que sujeta con recia soga al más brioso de sus corceles. Tras varios impulsos, cada uno de los cuales contribuía a aumentar el caudal del manantial sanguíneo, la preciada presa cedió en su empeño y comenzó a acercarse. Conforme avanzaba le iba generando confianza y bienestar a la vez que crecía su presencia física. Cuando llegó a su lado experimentó la auténtica paz y la mayor de las dulzuras. Agotada, se dejó llevar por la magia y en sus brazos halló la perfecta sintonía que afinó su ser, devolviéndole el olvidado compás a su existencia. Con su último suspiro encontró por fin una razón para vivir.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Levantando el vuelo

Maridaje musical: "Tango pour Claude" (Richard Galliano) enlace youtube


Era la persona más previsora que podía existir. Quería tener las situaciones totalmente controladas y le asaltaban los nervios cuando una brizna caía sobre cualquiera de sus concienzudamente planificadas trayectorias. Si salía de viaje y no había podido reservar hotel para todas y cada una de las noches, le sobrevenía una sensación de ahogo hasta que tuviese garantizada la estancia; si no llevaba encima una cantidad de dinero sensiblemente superior a lo presupuestado para la actividad programada, se mostraba inquieto y no era capaz de disfrutar plenamente; si surgía el menor imprevisto en sus estudiados planes, se torturaba por no haberlo tenido en cuenta previamente. Su mente calculaba todas las opciones posibles y buscaba respuesta para cada una de ellas. Siempre procuraba estar atento a todos los detalles, por minúsculos que fuesen. Lo más parecido a una aventura que estaba dispuesto a asumir, era acudir al supermercado sin la lista de la compra. Quizá por eso le encantaba el teatro. Estudiar y representar un personaje era lo más seguro y controlado que había encontrado nunca, ya que sabía a priori absolutamente todo lo que iba a ocurrir y todo lo que se iba a decir. Aprendía los textos con puntos y comas, reproduciéndolos con la mayor exactitud; fijaba la partitura corporal de movimientos con tanta precisión que tras una sesión de ensayos y repeticiones, podría decirse que sus huellas se superponían de tal manera que un minucioso estudio posterior sólo revelaría las últimas.

                Acudió de forma compulsiva a talleres, demostraciones, encuentros... Cualquier evento que despidiese un aroma escénico se convertía en prioridad absoluta. En ese clima teatral se sentía completamente en su hábitat y comprendió que hasta entonces había vivido en un ecosistema al que no pertenecía. Sin darse cuenta, comenzó a mudar la falsa piel que se había fabricado, dejando visible su auténtico aspecto interior. Abrió el cofre que guardaba sus emociones y permitió que éstas fluyeran a su antojo. Pero eso le pasaba factura y por momentos le hacía sufrir.  La impenetrable concha que le había protegido durante tantos años, acabó por saltar en mil pedazos y algunas de las lascas se le quedaron clavadas en el corazón.

                Primero dejó de programar los acontecimientos de su vida y permitió que ésta discurriese con plena libertad; luego comenzó a abandonar aspectos de su trabajo para dedicarse a lo que verdaderamente le apasionaba. La tercera fase de su metamorfosis comenzó una mañana en la que se levantó con una intensa sensación de asfixia, como si por fin hubiese descubierto  la implacable rutina que había dirigido la mayor parte de su existencia. Ese mismo día, mientras se dirigía al trabajo, no reparó en que se adentraba en la estación. Cuando tomó conciencia de nuevo, se vio sentado en el asiento de un tren cuyo destino desconocía y emitió una sonrisa al no sentir ninguna necesidad de saberlo. No hizo llamadas de despedida ni dio ningún tipo de explicación. Sabía que en caso contrario no podría reprimir el falso deseo de volver.


    Jamás volvió a sentir nostalgia, pues en su avance hallaba continuamente nuevos atractivos. Su único objetivo a cada paso era, simplemente, dar el siguiente. El  incesante viaje le proporcionó vivencias desprovistas de cualquier tipo de atadura. Así fluyó el resto de su vida, de forma totalmente improvisada, sin bucles repetitivos, hasta que su carcasa  humana estuvo rebosante. Entonces se libró de ella, levantó por fin el vuelo y completó su proceso, convirtiéndose en pura energía. Aunque no volvieron a verlo, sus familiares y amigos más cercanos percibieron su regreso.