Maridaje musical: "Unchained Melody" (Theme from Ghost) enlace youtube
Desde que se produjo la irreparable pérdida se sentía enormemente vacío e inútil. Su mundo, ya de por sí sombrío, se había quedado en tinieblas. La mayor parte del día lo pasaba tendido en una cama cuyo aspecto se parecía a un lecho de alimaña, donde los restos de comida y las manchas causadas por fluidos corporales construían un hediondo estampado en lo que antaño eran sábanas blancas. Las ventanas y persianas del piso estaban herméticamente cerradas, opacas ante los rayos de luz que intentaban en vano colarse por las escasas rendijas. Subsistía por inercia en aquella inhóspita y oscura madriguera desde que ella había desaparecido de su vida de manera tan repentina como inesperada. Era literalmente la niña de sus ojos; su faro en la vida; la fiel guía de todos sus movimientos; la respuesta ante las dificultades a las que se enfrentaba en las tareas cotidianas. El día en que la enterró con sus propias manos se prometió firmemente enclaustrarse en casa hasta que la mismísima muerte viniese a visitarle. Tendría tiempo suficiente para mirarla fijamente a sus cuencas vacías, pedirle explicaciones y tratar de borrarle su perenne y macabra sonrisa.
Unos ladridos familiares quebraron el tétrico silencio. Sin saber si estaba viviendo un sueño, se desplazó lo más rápido que pudo hacia la puerta principal. Al abrirla comprobó, con los cuatro sentidos que poseía, que su fiel perra lazarillo había encontrado la manera de volver en su busca. Indescriptiblemente feliz, procedió a agarrarse al arnés que ella le ofrecía y se dejó guiar, como siempre había hecho.
El conductor del autobús nocturno no tuvo tiempo de esquivar a un viejo harapiento que ingresó repentinamente en la calzada con el brazo derecho ligeramente estirado, como si una invisible fuerza tirase de él. En uno de los costados del urbano, una conocida línea aérea se anunciaba con un eslogan que rezaba: “Te conducimos al cielo.”
Desde que se produjo la irreparable pérdida se sentía enormemente vacío e inútil. Su mundo, ya de por sí sombrío, se había quedado en tinieblas. La mayor parte del día lo pasaba tendido en una cama cuyo aspecto se parecía a un lecho de alimaña, donde los restos de comida y las manchas causadas por fluidos corporales construían un hediondo estampado en lo que antaño eran sábanas blancas. Las ventanas y persianas del piso estaban herméticamente cerradas, opacas ante los rayos de luz que intentaban en vano colarse por las escasas rendijas. Subsistía por inercia en aquella inhóspita y oscura madriguera desde que ella había desaparecido de su vida de manera tan repentina como inesperada. Era literalmente la niña de sus ojos; su faro en la vida; la fiel guía de todos sus movimientos; la respuesta ante las dificultades a las que se enfrentaba en las tareas cotidianas. El día en que la enterró con sus propias manos se prometió firmemente enclaustrarse en casa hasta que la mismísima muerte viniese a visitarle. Tendría tiempo suficiente para mirarla fijamente a sus cuencas vacías, pedirle explicaciones y tratar de borrarle su perenne y macabra sonrisa.
Unos ladridos familiares quebraron el tétrico silencio. Sin saber si estaba viviendo un sueño, se desplazó lo más rápido que pudo hacia la puerta principal. Al abrirla comprobó, con los cuatro sentidos que poseía, que su fiel perra lazarillo había encontrado la manera de volver en su busca. Indescriptiblemente feliz, procedió a agarrarse al arnés que ella le ofrecía y se dejó guiar, como siempre había hecho.
El conductor del autobús nocturno no tuvo tiempo de esquivar a un viejo harapiento que ingresó repentinamente en la calzada con el brazo derecho ligeramente estirado, como si una invisible fuerza tirase de él. En uno de los costados del urbano, una conocida línea aérea se anunciaba con un eslogan que rezaba: “Te conducimos al cielo.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario