Maridaje musical: "In Existence" (Beautiful world)
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El sudor comienza a aflorar en mi frente a modo de cálido y salado rocío sobre un tapiz cutáneo. Llevo apenas medio minuto de sprint bajo un tórrido sol y aún me quedan unos ciento cincuenta metros para la meta. A mi alrededor se extiende una vasta llanura de herbáceo terreno, salpicada de árboles de un intenso verde clorofila. Mantengo cierta ventaja sobre mis felinos perseguidores pero no estoy seguro de poder alcanzar el objetivo final. Todo por mi empeño en captar una buena instantánea sobre el cortejo y apareamiento de dos leones en el seno de una manada de más de diez ejemplares. Siempre he sido un gran aficionado a la fotografía, lo que me ha provocado algunos problemas aunque ninguno de la magnitud de éste en el que me encuentro ahora. A medida que me acerco al Jeep desde el que mi esposa se desgañita para que yo no desfallezca, me doy cuenta de lo mucho que la amo y lo poco que la he respetado durante la mayor parte de nuestra vida en común. Mientras incremento la pedestre velocidad con renovados ánimos trato de pensar en las pretéritas vivencias que directa o indirectamente me han llevado a Nairobi.
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El sudor comienza a aflorar en mi frente a modo de cálido y salado rocío sobre un tapiz cutáneo. Llevo apenas medio minuto de sprint bajo un tórrido sol y aún me quedan unos ciento cincuenta metros para la meta. A mi alrededor se extiende una vasta llanura de herbáceo terreno, salpicada de árboles de un intenso verde clorofila. Mantengo cierta ventaja sobre mis felinos perseguidores pero no estoy seguro de poder alcanzar el objetivo final. Todo por mi empeño en captar una buena instantánea sobre el cortejo y apareamiento de dos leones en el seno de una manada de más de diez ejemplares. Siempre he sido un gran aficionado a la fotografía, lo que me ha provocado algunos problemas aunque ninguno de la magnitud de éste en el que me encuentro ahora. A medida que me acerco al Jeep desde el que mi esposa se desgañita para que yo no desfallezca, me doy cuenta de lo mucho que la amo y lo poco que la he respetado durante la mayor parte de nuestra vida en común. Mientras incremento la pedestre velocidad con renovados ánimos trato de pensar en las pretéritas vivencias que directa o indirectamente me han llevado a Nairobi.
Confieso que nunca le he sido fiel a mi pareja hasta este último año. Desde que nos conocimos e iniciamos una relación, no he dejado de comportarme como un depredador sexual, tratando de seducir a cuantas mujeres atractivas me he encontrado. En cenas de trabajo, juergas con amigos o meses de verano en los que me encontraba de “rodríguez”, no he desaprovechado la oportunidad de salir de “cacería” con el objetivo de lograr una presa que llevarme al lecho. Además, siempre dejé constancia fotográfica de mis “carnales trofeos” para mi deleite personal a posteriori. Curiosamente en estos momentos dos leonas, muy diferentes a las que yo acechaba en bares y discotecas, van devorando la distancia que me separa de ellas. Soy consciente de que mi actitud ha sido absolutamente despreciable. De todas formas, aunque parezca increíble, quiero a mi esposa; siempre la he querido. Hace poco más de un año, seguramente fruto de mi tardía madurez, decidí que no podía seguir poniendo en permanente riesgo mi vida sentimental. Dejé mi trabajo e invertí todos mis ahorros en un negocio de turismo y aventura en Nairobi, pensando que el cambio de aires nos iría bien. Destruí todas las imágenes acumuladas en mis tiempos de promiscuidad y comenzamos una nueva vida en Kenia. Nada más llegar me enteré de que el nombre “Nairobi” proviene de una frase masai que significa "el lugar de aguas frescas" y consideré que eso era un buen presagio. Viajé sólo en primera instancia para ir preparando el terreno: Inicio de los trámites de creación de la empresa, búsqueda del alojamiento adecuado…La frenética actividad y mi entusiasmo ante la fuerte apuesta realizada, me hicieron olvidar mi obsesión por el sexo fuera del matrimonio. Cuando sólo llevaba unos días en la ciudad conocí a Ayira: una preciosa mujer que me cautivó desde el primer instante. Ella me acompañó continuamente y constituyó mi tabla de salvación durante las semanas en las que estuve solo. Se convirtió para mí en una auténtica y verdadera amiga; ni más ni menos.
Antes de partir de vuelta en búsqueda de mi esposa, Ayira y yo decidimos que no podíamos mantener nuestra sana amistad. En la cena de despedida le conté mis antecedentes y me sinceré con ella como no lo había hecho nunca. Escuchó pacientemente todas mis confesiones y a continuación, a modo de absolución, me besó por primera y última vez. Luego nos sacamos una foto que posteriormente me dedicó y finalmente me dirigí al aeropuerto. Ese beso selló mis labios para féminas ajenas al matrimonio y supuso la cura definitiva de mi infidelidad compulsiva.
Sólo me quedan una decena de metros para llegar al vehículo. Estoy agotado pero la posibilidad de éxito me hace sacar fuerzas de flaqueza. Apenas me separan un par de zancadas de la más adelantada de las dos fieras que me persiguen. Me parece sentir su cálido aliento a la altura de mis pantorrillas y le grito a mi mujer para que se haga con la pistola de bengalas que siempre llevo en el parasol retráctil del todoterreno, con la esperanza de que un disparo frene el ímpetu de los felinos y me permita introducirme sano y salvo en el automóvil. La foto debió caerse al coger el arma. Alcanzo la manilla de la puerta justo en el preciso instante en el que mi amada esposa pulsa el botón que clausura herméticamente el habitáculo. El primer zarpazo me desgarra el glúteo. El mayor dolor me lo produce ver a mi cónyuge con los ojos inundados, apretando contra el cristal la fotografía en la que yo sonrío en compañía de Ayira. En el reverso, la dedicatoria supone la laceración de sus sentimientos al mismo tiempo que mis carnes. Mi último pensamiento es precisamente esa frase escrita meses atrás: “Por los maravillosos momentos vividos. Ayira, Octubre 2011.”
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