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La primera reacción fue de incredulidad. Estaba sentado a un lado de la mesa; tensamente tranquilo, como suele ser común en esas situaciones; los ojos fijos en su interlocutor; la mirada ligeramente seria pero afable. Del otro lado le llegaron las intranquilizadoras palabras, emanadas de la boca del galeno: “Lamento decirte que el nódulo es maligno. Me temo que es un cáncer.”
La primera reacción fue de incredulidad. Estaba sentado a un lado de la mesa; tensamente tranquilo, como suele ser común en esas situaciones; los ojos fijos en su interlocutor; la mirada ligeramente seria pero afable. Del otro lado le llegaron las intranquilizadoras palabras, emanadas de la boca del galeno: “Lamento decirte que el nódulo es maligno. Me temo que es un cáncer.”
Un mes antes, en el chequeo anual rutinario que el médico familiar le realizó, le comunicó que había un pequeño bulto en su hígado. “No parece importante”, le dijo, “pero vamos a hacerte una biopsia para descartar males mayores”. Le practicó las pruebas y resultó que “estaba servido” y no había descarte posible. Tan sólo un trasplante de urgencia podría darle alguna posibilidad de salvación.
Ahora se encontraba en una encrucijada. Realmente, lo que menos le preocupaba era su enfermedad pues se sentía con ánimo y fuerzas para luchar. Pero, ¿Cómo comunicar su estado a la familia? ¿Cómo decirle a su esposa que le habían puesto fecha de caducidad, precisamente en estos momentos, estando ella embarazada de cinco meses? Para estas tareas le faltaba valor. Por una vez su constitución escuálida jugaba a su favor y evitaría que sus cercanos reparasen en su desmejorado aspecto, labrado a pasos agigantados. Se puso en manos del doctor y siguió pulcramente el tratamiento a base de sesiones de radioterapia y ensaladas de pastillas cuyos nombres no deseaba aprender. Sólo se sinceró con su mejor amigo. A él no se lo podía ocultar, máxime siendo toda una autoridad en materia de Investigación Genética. ¡Qué contrasentido! Tenía un colega experto en Genética y no era capaz de fabricarle un hígado nuevo en un par de meses para substituir la enorme “uva pasa” que últimamente realizaba sus funciones hepáticas. Sin embargo, la extrema gravedad de la situación hizo que su querido camarada se decidiese a retomar un viejo experimento que tenía congelado desde hacía un tiempo, debido a las enormes dificultades que implicaba llevarlo a cabo, amén de otras inconfesables cuestiones. Para ello era imprescindible obtener una muestra del líquido amniótico, placenta y quizá alguna célula del bebé que se estaba gestando en el vientre de su esposa. Después vendrían unas complejas tareas de ingeniería genética y un tratamiento con frecuentes inyecciones del producto sintetizado a partir de las muestras tomadas al feto. En un principio se mostró reacio pero fue convencido y accedió a administrarle un somnífero a su mujer, bajo cuyos efectos se realizó la extracción de las preciadas substancias.
Durante los meses siguientes simultaneó ambos tratamientos con fidelidad; sin hacer preguntas, como quien juega con dos barajas con la esperanza de obtener una buena mano que le haga ganar la partida: Por un lado estaba el procedimiento “oficial” suministrado por su médico de cabecera, a la par que amigo de la familia. Por el otro, se sometía clandestinamente al experimento diseñado por su compadre del alma. Ni uno ni otro parecían surtir el efecto deseado y cada vez se sentía más débil y enfermo, hasta el punto de que ya le resultaba muy difícil aparentar normalidad delante de su familia. Sin embargo, mientras su médico se mostraba sincero y trataba de prepararlo para el inminente y fatal desenlace, su fiel amigo derrochaba optimismo argumentando que todos los pasos teóricamente predichos se estaban cumpliendo escrupulosamente. Cuando la situación estaba a punto de tornarse insostenible, inventó un supuesto viaje de negocios para evitar sincerarse con su mujer. Tal vez estaba siendo egoísta, pero no quería pasar el mal trago que supondría la declaración de su cercana muerte a sus seres queridos. Había decidido dejar este mundo con la sola compañía de su colega de la infancia, a pesar de que éste trataba de animarlo diciéndole que el proceso experimental iba por buen camino.
Una lluviosa mañana de abril el experto genetista, mientras le administraba una de las inyecciones, le pidió que le informase si finalmente el experimento resultaba exitoso. Como cobaya humano él sería el primero en darse cuenta, si todo funcionaba correctamente y tendría la responsabilidad de revelarlo u ocultarlo. Entre el delirio y los dolores, ni comprendía ni deseaba comprender lo que estaba escuchando. De hecho, en su agonía, no diferenciaba realidad de alucinación. Coincidiendo con una horrible punzada exhaló un profundo suspiro y cerró los ojos con el último latido de su corazón.
Todo estaba oscuro. De pronto una pequeña ventana de claridad emergió más adelante. “Así que esta es la famosa sensación de encontrase en el interior de un túnel que se percibe durante el tránsito hacia la muerte”, pensó. Con gran esfuerzo se dirigió hacia la luz, reptando. Al llegar, alguien tiró de él con fuerza y se sintió elevado en el aire. No era capaz de ver nada; tan sólo distinguía una gran luminosidad. Le sorprendió una repentina sensación de resquemor en su glúteo y no pudo evitar un fuerte llanto. “Eso era…¡No puede ser! ¡Aún debo de estar alucinando!”, se dijo mentalmente. Pero sus sospechas parecían confirmarse cuando notó alrededor de su cuerpo un cálido abrazo, mientras la voz de su esposa trataba de tranquilizarlo llamándole “mi pequeñín.”
Despertó con sensación de hambre y trató de hablar pero lo único que emitió fueron unos guturales sonidos. Mientras alguien lo levantaba de nuevo en volandas escuchó claramente la reveladora frase: “Cariño; ¡es precioso! La verdad es que todo lo planeado nos ha salido a pedir de boca”. Reconoció el tono vocal de su médico y comenzó a llorar como un bebé. Tenía por delante suficiente tiempo para pensar, planear y decidir. Recordó las últimas palabras que escuchó de su apreciado amigo y entonces las comprendió. También tendría que meditar sobre esa cuestión. Ahora, lo importante era desarrollarse convenientemente. Abrazó con sus labios el pezón que se le ofrecía y comenzó a succionar con fuerza.
Es genial César, qué imaginación, me ha gustado muchisimo
ResponderEliminarMe alegro mucho de que haya sido de tu agrado. Eso me anima a seguir escribiendo. Gracias.
ResponderEliminarPor cierto, aprovecho para inaugurar en el blog, una propuesta de "Maridajes" entre relatos y música. Para éste, mi propuesta es una canción de Lito Vitale que lleva por título: "Ese amigo del alma".
http://www.youtube.com/watch?v=BszY83sm-PM
Gracias de nuevo a todos aquellos que empleáis una parte de vuestro tiempo en leerme.