viernes, 2 de marzo de 2012

Los tres mosqueteros

 
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Siempre he sido un cobarde y he buscado la protección en los más cercanos. Mi infancia está repleta de bellos momentos a pesar de que crecí en un Orfanato. No conocí a mis padres. El primer recuerdo que conservo es el de la agradable pradera que se podía ver desde la ventana del primer piso del edificio principal. Una verde llanura con una larga y sinuosa cicatriz labrada por el estrecho camino que llegaba desde la remota carretera. Al fondo, como un decorado propio de un montaje escénico, se recortaban afilados picos con níveas cimas desde Octubre a Mayo.

     Formábamos un trío inseparable. Nos hacíamos llamar “los tres mosqueteros”. Dos chicos y una bella muchacha siempre juntos. Ella era sin duda la líder del grupo; la más fuerte y decidida. Eligió el nombre de Aramis. Yo era Portos, el débil; siempre pesimista e indeciso. Atos era el cerebral, el ingenio, la pausa. Gracias a ellos crecí protegido por un cálido clima de alegría, repleto de diversión y risas. Teníamos nuestra guarida secreta en unas ruinas cercanas; en la base de la espigada chimenea perteneciente a una vieja tejera abandonada. Disponíamos de luz gracias a una lámpara de aceite que Atos había fabricado. Incluso creamos una contraseña secreta: “D’Artagnan”, imprescindible para poder acceder al cuartel general. Nuestras reuniones comenzaban y finalizaban con el susurro del nombre del cuarto mosquetero, como quien invoca a un espíritu para que se una al grupo. Todo nuestro tiempo libre lo empleábamos en dar rienda suelta a nuestra inmensa fantasía, que yo alimentaba con mis continuas ocurrencias surgidas de mi inagotable imaginación. Así fuimos cumpliendo años hasta llegar a la adolescencia. Entonces unos negros nubarrones se cernieron sobre nuestro férreo grupo debido a la imperativa norma que obligaba a separar chicos y chicas. Aramis sería trasladada a una residencia femenina hasta la mayoría de edad, quedándonos Atos y yo desamparados ante la desaparición de nuestra guía. Yo estaba desolado y no hacía más que llorar como un cobarde. Entonces Atos propuso una solución: “Escapémonos juntos; es la única manera de preservar nuestra cuadrilla”. Tenía toda la razón. Tardamos dos semanas en hacer acopio de comida y ropa para poder subsistir durante nuestro viaje sin retorno. Fuimos muy cautos y nadie reparó en los pequeños hurtos que cada día se iban produciendo en la cocina. Llegó el día señalado y preparamos las mochilas. Como nuestras habitaciones estaban en pabellones distintos, acordamos vernos de madrugada en nuestra sede secreta para partir juntos desde allí hacia lo desconocido. Yo me encontraba especialmente nervioso y Aramis lo sabía; por eso se presentó en mi habitación a eso de media noche. Tenía una belleza extrema, una hermosura que casi dolía. Trató de tranquilizarme acariciándome pelo y cara. Cuando sus delicados dedos rozaron mi boca supimos que estábamos hechos el uno para el otro. La unión de nuestros labios, en lo que constituyó mi primer beso, desató la pasión. Fue la primera y única vez en mi vida que hice verdaderamente el amor.

      Una hora más tarde, Aramis salió hacia su alcoba para recoger la mochila. Yo me quedé ultimando algunos detalles de mi equipaje. En un par de horas nos veríamos de nuevo en el escondite bajo la chimenea. De pronto comencé a sentir vértigo por las consecuencias que sin duda traería al grupo el acontecimiento desencadenado entre nosotros. La sensación de culpabilidad crecía de manera monstruosa y me devoraba por dentro. Una vez más, mi cobardía afloró con gran intensidad y me dejó completamente bloqueado. Permanecí durante toda la noche sentado en la cama, vestido, junto a la mochila, cual estatua de mármol. Al amanecer dieron la voz de alarma ante la desaparición de dos internos. Nunca los encontraron. Durante los tres años siguientes, que permanecí en el centro hasta alcanzar la mayoría de edad, jamás volví a acercarme siquiera a las ruinas que antaño visitábamos juntos a diario.

      Esta mañana, después de casi quince años desde la última vez que nos vimos, me he tropezado con Atos.  Creo que nuestros corazones se vieron antes y para cuando nuestras miradas se cruzaron ya estábamos fuertemente abrazados, llorando como niños. Los zurrones repletos de sentimientos que portábamos en el alma explotaron al unísono mientras las preguntas, explicaciones y narraciones interrumpidas por interminables abrazos se sucedían sin atisbo de fin. Fiel a mi cobardía, me abstuve de preguntarle por nuestra querida Aramis, pues no me sentía preparado para la respuesta. Fue él quien en un momento dado se atrevió a dar el paso: "¿Todavía continuáis juntos?", me dijo. La mueca de sorpresa que se formó en mi rostro le dejó atónito. Entonces me contó que aquella noche, cuando se levantó para acudir a la cita encontró una carta que había sido deslizada bajo su puerta. En ella Aramis le contaba lo sucedido un par de horas antes y le confesaba que era su intención partir sola conmigo para comenzar una vida en común. Lo mejor sería que él siguiese un camino distinto y no apareciese esa noche por el lugar de encuentro. Confiaba en que comprendiese la situación y le prometía que volveríamos a vernos algún día, cuando se cerrase la herida que en ese momento se abría debido a la súbita amputación que sufría el grupo, de la que ella se sentía responsable. Atos, con su talante tranquilo, esbozó una sonrisa y de alguna manera se sintió realmente feliz por nosotros. Aquella madrugada tomó un camino distinto, convencido de que Aramis y yo iniciábamos unidos una nueva etapa.

       Cuando fue mi turno y le conté entre sollozos mi parte, quedó desolado. Ambos tuvimos la sensación de haber deambulado a la deriva durante los últimos quince años. Finalmente volvíamos a estar juntos pero nos faltaba ella para sentirnos completos. Una vez más su capacidad de análisis y su poder de convicción venció a mi pesimismo, además de proponer una prometedora herramienta de búsqueda de nuestra líder. Nos dirigimos a mi casa y me animó para que entrase en mi perfil de facebook e iniciase la búsqueda.

-          ¿Qué nombre pongo?, inquirí.
-          Aramis, por supuesto.

Salieron dos centenares de usuarios con nombre o pseudónimo Aramis. Pacientemente los fuimos revisando hasta dar con uno cuya foto de presentación mostraba una vieja chimenea de ladrillo. Al lado figuraba un correo electrónico y un número de teléfono. De no estar Atos conmigo nunca me hubiese atrevido a dar el paso. Sin embargo su presencia me obligó a marcar los dígitos. Después de cuatro tonos, una voz surgió al otro lado. Me parecía increíble oír exactamente el mismo timbre vocal de adolescente que tan bien conocía. No había cambiado un ápice. Por primera vez desde que éramos niños la llamé por su nombre de pila: ¿Sara? La respuesta obtenida por la familiar voz me dejó de piedra:
 
-          Mamá, preguntan por ti.

      En estos momentos, Atos está a mi lado, acercando la cabeza al auricular como si quisiese introducirse por el mismo, intentando averiguar lo que ocurre. Mientras esperamos, escuchando el vertiginoso martilleo de nuestros propios corazones, miramos a golpe de ratón el resto de fotos del perfil facebook de mi único amor. En una de ellas, una muchacha de no más de 14 años nos sonríe con la boca de Aramis. La nariz y los ojos son indudablemente míos… Una femenina voz me devuelve a la realidad:

     -   ¿Diga? ¿Quién es…?

Siempre he sido un cobarde…Pero esta vez no estoy dispuesto a dejarme derrotar y escucho las palabras surgir de mi boca. Como en los viejos tiempos, comienzo con la contraseña:
-          D’Artagnan…  Soy Portos…

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