sábado, 26 de mayo de 2012

Prendada



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Se contemplaba en el espejo con una sonrisa triunfal. Le iba como un auténtico guante. Definitivamente, ese vestido estaba hecho para ella. Desde el momento en que lo vio colgado en la percha del establecimiento, casi completamente oculto entre sus otros compañeros textiles, supo que tenía que llevárselo a casa. De hecho, estaba segura de que había sido atraída ante la presencia de la prenda por obra de un extraño embrujo. 

Esa jornada, a primera hora de la mañana, salió de casa sin rumbo fijo. Disponía de unas horas libres y como el día había amanecido hermoso y soleado, decidió pasear por la ciudad. Miraba escaparates distraídamente mientras saboreaba un helado de pistacho, cuando sin saber muy bien la razón entró en la tienda de moda. Seguramente los enormes carteles que casi forraban la entrada con la palabra “REBAJAS”, tuvieron mucho que ver en su decisión. Acababan de abrir y tan solo la encargada se encontraba en el interior, abriendo unas cajas de cartón con la ayuda de unas tijeras; extrayendo ropa para colocarla en las estanterías. Se avecinaba una intensa actividad laboral, pues era el primer día de rebajas. 

Miraba, sin ver, unas sandalias, cuando sintió claramente un cálido aliento; un tenue susurro en el lóbulo de su oreja izquierda. Giró la cara bruscamente con un gesto de sorpresa. Entonces lo vio en todo su esplendor: ante sus ojos, un primaveral vestido estampado en flores de vivos colores, asomaba ligeramente y le hacía un guiño  desde una marcial fila de perchas con otras ropas que a su lado parecían completamente deslavadas. Se acercó rápidamente y no pudo resistirse a tocarlo. Fue la propia tela la que acarició su mano y ese primer contacto le proporcionó un sentimiento desconocido. Eso debía de ser lo más parecido a lo que todos los que se han enamorado, dicen haber experimentado la primera vez que entrelazaron las manos con su media naranja. En ese momento se quedó literalmente “prendada.” 

No tenía suficiente dinero en efectivo y en rebajas hacían un descuento adicional si no se pagaba con tarjeta. Así que se acercó al cajero más próximo tras pedirle a la dependienta que le apartase durante unos minutos el recién “tejido” amor de su vida. Con cada paso del pequeño trayecto hacia la entidad bancaria, se incrementaba en ella un sentimiento de nostalgia y apenas podía reprimir el deseo de dar media vuelta. Finalmente, extrajo la necesaria pecunia y voló de nuevo al comercio.

Se le borró la sonrisa de la boca cuando contempló el cuadro que se mostraba ante sus ojos: La que debía custodiar el preciado tesoro hasta su vuelta, se lo había enfundado y presenciaba absorta la excelsa figura de su cuerpo que le devolvía el espejo del probador. Se sintió como si le hubiesen arrebatado la razón de su existencia y tuvo que hacer ímprobos esfuerzos para no arrancarle la vestimenta a la culpable de inducir al adulterio a su amado. Durante unos instantes creyó perder la percepción de la realidad ante tamaña traición. Trató de conservar la calma y al fin logró  persuadir a su rival para que le devolviese la prenda.

Ahora, fascinada ante el espejo del armario de su habitación mientras se convencía de que todo había merecido la pena, dejó escapar una ahogada exclamación al contemplar el pequeño orificio enmarcado con sangre que descubrió en la parte baja del vestido, a la altura del muslo. Como el goteo que inicia un fuerte aguacero veraniego, se hicieron visibles otros muchos, todos ellos con un mismo cerco escarlata, que quedaban disimulados entre las estampaciones florales. Temió encontrase gravemente herida, pero tras un fugaz reconocimiento sólo halló en sus carnes unos tenues trazos rosáceos debido a los recientes arañazos sufridos. Simultáneamente, en una tienda de modas cercana, unos madrugadores clientes acababan de encontrar en uno de los probadores a una mujer en ropa interior, plagada de finos guiones carmesí de los que aún manaban pequeños hilillos de fluido vital que la arropaban con un manto rojo. A su vera, unas pequeñas tijeras de costura se delataban como el arma homicida.

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