lunes, 5 de noviembre de 2012

Levantando el vuelo

Maridaje musical: "Tango pour Claude" (Richard Galliano) enlace youtube


Era la persona más previsora que podía existir. Quería tener las situaciones totalmente controladas y le asaltaban los nervios cuando una brizna caía sobre cualquiera de sus concienzudamente planificadas trayectorias. Si salía de viaje y no había podido reservar hotel para todas y cada una de las noches, le sobrevenía una sensación de ahogo hasta que tuviese garantizada la estancia; si no llevaba encima una cantidad de dinero sensiblemente superior a lo presupuestado para la actividad programada, se mostraba inquieto y no era capaz de disfrutar plenamente; si surgía el menor imprevisto en sus estudiados planes, se torturaba por no haberlo tenido en cuenta previamente. Su mente calculaba todas las opciones posibles y buscaba respuesta para cada una de ellas. Siempre procuraba estar atento a todos los detalles, por minúsculos que fuesen. Lo más parecido a una aventura que estaba dispuesto a asumir, era acudir al supermercado sin la lista de la compra. Quizá por eso le encantaba el teatro. Estudiar y representar un personaje era lo más seguro y controlado que había encontrado nunca, ya que sabía a priori absolutamente todo lo que iba a ocurrir y todo lo que se iba a decir. Aprendía los textos con puntos y comas, reproduciéndolos con la mayor exactitud; fijaba la partitura corporal de movimientos con tanta precisión que tras una sesión de ensayos y repeticiones, podría decirse que sus huellas se superponían de tal manera que un minucioso estudio posterior sólo revelaría las últimas.

                Acudió de forma compulsiva a talleres, demostraciones, encuentros... Cualquier evento que despidiese un aroma escénico se convertía en prioridad absoluta. En ese clima teatral se sentía completamente en su hábitat y comprendió que hasta entonces había vivido en un ecosistema al que no pertenecía. Sin darse cuenta, comenzó a mudar la falsa piel que se había fabricado, dejando visible su auténtico aspecto interior. Abrió el cofre que guardaba sus emociones y permitió que éstas fluyeran a su antojo. Pero eso le pasaba factura y por momentos le hacía sufrir.  La impenetrable concha que le había protegido durante tantos años, acabó por saltar en mil pedazos y algunas de las lascas se le quedaron clavadas en el corazón.

                Primero dejó de programar los acontecimientos de su vida y permitió que ésta discurriese con plena libertad; luego comenzó a abandonar aspectos de su trabajo para dedicarse a lo que verdaderamente le apasionaba. La tercera fase de su metamorfosis comenzó una mañana en la que se levantó con una intensa sensación de asfixia, como si por fin hubiese descubierto  la implacable rutina que había dirigido la mayor parte de su existencia. Ese mismo día, mientras se dirigía al trabajo, no reparó en que se adentraba en la estación. Cuando tomó conciencia de nuevo, se vio sentado en el asiento de un tren cuyo destino desconocía y emitió una sonrisa al no sentir ninguna necesidad de saberlo. No hizo llamadas de despedida ni dio ningún tipo de explicación. Sabía que en caso contrario no podría reprimir el falso deseo de volver.


    Jamás volvió a sentir nostalgia, pues en su avance hallaba continuamente nuevos atractivos. Su único objetivo a cada paso era, simplemente, dar el siguiente. El  incesante viaje le proporcionó vivencias desprovistas de cualquier tipo de atadura. Así fluyó el resto de su vida, de forma totalmente improvisada, sin bucles repetitivos, hasta que su carcasa  humana estuvo rebosante. Entonces se libró de ella, levantó por fin el vuelo y completó su proceso, convirtiéndose en pura energía. Aunque no volvieron a verlo, sus familiares y amigos más cercanos percibieron su regreso.

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