Mi vida se había convertido en un
completo desorden. No me quedaba ni un gramo de esperanza. La tristeza y la
tediosa rutina devoraban con avidez todas mis ilusiones. Aquél día me dirigía a
casa de mis padres para pasar otro fin de semana lleno de monotonía, cuando entré
en un pueblo en fiestas en el que destacaba por encima de las casas una noria
gigante a modo de estandarte.
-
¡Qué perfecta manera de representar mi existencia!
– me dije
Una noria
completando vuelta tras vuelta es precisamente la historia de mis últimos años.
Entonces decidí hacerlo. Era sin duda la forma de librarme de todo; la solución
a mi sufrimiento. Tenía que saltar fuera de ese círculo vicioso y no hallé
mejor opción que lanzarme al vacío desde lo alto de la atracción de feria. Ese
salto supondría romper el corsé que me estaba ahogando y terminar cuanto antes
con todos mis males.
Aparqué el
coche y salí dejando las llaves puestas. Ya no las necesitaría más. Me dirigí
hacia la taquilla y saqué un ticket.
-
Un viaje sólo de ida – le dije al vendedor, con una sonrisa forzada.
De forma mecánica,
como si no me escuchase, me tendió el billete y cogió mi dinero sin siquiera
mirarme a la cara. Mi nerviosismo se acrecentaba a cada paso. Tengo miedo a las
alturas y comenzaban a entrarme dudas sobre si sería capaz de llevar a cabo mi
decisión. Tuve que esperar un par de minutos hasta que una de las cestas se
plantó ante mí, invitándome a ocuparla. Al menos iba a viajar sólo, lo que evitaría un
mal rato a un posible acompañante casual. Cuando estaba a punto de cerrar la
portezuela de seguridad, una chica se deslizó con gran rapidez por la abertura
y tomó asiento. El encargado de recoger los tickets no le prestó atención, a pesar de que
pasó por delante de sus narices. Quizá la conocía y tenía viajes gratis. Recordé
que cuando era niño, mis amigos y yo nos poníamos en la parte baja de la noria
para entrar sin pagar a modo de “contrapeso”. Si por ejemplo una pareja subía y
ambos se ponían juntos, se permitía que uno de nosotros se colocase enfrente
para equilibrar un poco la carga. A lo mejor, la chica era mi propio contrapeso.
Sin embargo ella se sentó a mi lado en lugar de hacerlo frente a mí. Ese
pequeño contratiempo no iba a cambiar mis planes. Lamentaba la impresión que
iba a causarle a la muchacha en unos instantes, pero ya no había marcha atrás.
La
gran rueda comenzó a girar lentamente en contraste con la velocidad a la que
latía mi corazón. Un sudor frío se inició en mi cuerpo y mis respiraciones se
sucedían cortas y a enorme ritmo. Apenas podía tragar saliva. Dejé que pasaran
un par de vueltas durante las cuales aproveché para darle un corte de manga al
mundo. Una vez concluidas me dispuse para levantarme. Instantáneamente un brazo
femenino se enganchó con el mío en un ademán de acercamiento, a la vez que nuestras
manos se entrelazaban. Detuve de inmediato mi maniobra y la miré a los ojos.
Ella se limitó a sonreír con ternura y un ápice de tristeza en lo que percibí
una súplica, como si conociese mis intenciones. Para justificar su acción me
susurró una frase al oído:
-
No me dejes sola. Odio las alturas desde mi
propia tragedia.
La noria
seguía girando mientras nosotros continuábamos en contacto. Experimenté una
sensación de bienestar como nunca había sentido; una calidez que me envolvía y
me relajaba. Pensé en depositar un pequeño beso sobre su mejilla, pero lo descarté
temiendo romper el hechizo. Además, de alguna manera ya nos estábamos besando con las palmas de las
manos. Nuestras respiraciones se fueron acompasando a un ritmo lento. El
cosquilleo en el estómago que tradicionalmente se produce durante los descensos,
empezó a mantenerse también en los ascensos. Cerré los ojos y volé con ella.
Todo mi caos interior se fue ordenando durante aquel cíclico paseo en su
compañía. Una vez finalizado, se levantó como un resorte y tras dedicarme una
última sonrisa, salió del habitáculo atravesando la puerta sin abrirla. Me
quedé petrificado hasta que la voz del empleado, indicándome que saliera, me
devolvió a la realidad.
-
¿Ha visto por dónde se ha ido la chica que me
acompañaba?- le pregunté
-
¿Qué chica? Usted ha estado completamente solo –
me respondió al instante, mirándome como si me considerase un desequilibrado.
Desde que
regresé de aquel viaje circular que debía ser el último, soy otro. La chica de
la noria evitó que yo cometiese el mismo error que presumiblemente ella habría
cometido en su tiempo. En ocasiones me pregunto si fue fruto de mi imaginación, pero
las sensaciones fueron tan reales que siempre termino rechazando esa
posibilidad. Cada vez que veo una noria tengo que subirme en homenaje a aquel
ángel que salvó mi vida. Elijo el momento adecuado para ocupar en solitario una
de las cestas, con la esperanza de que vuelva a encontrarme con ella para darle
las gracias y pedirle que de nuevo me toque con sus manos.
"...de alguna manera ya nos estábamos besando con las palmas de las manos..."
ResponderEliminar¡¡¡Qué hermosura!!!
Bs.
Y la noria sigue girando...
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