domingo, 1 de septiembre de 2013

La chica de la noria







Mi vida se había convertido en un completo desorden. No me quedaba ni un gramo de esperanza. La tristeza y la tediosa rutina devoraban con avidez todas mis ilusiones. Aquél día me dirigía a casa de mis padres para pasar otro fin de semana lleno de monotonía, cuando entré en un pueblo en fiestas en el que destacaba por encima de las casas una noria gigante a modo de estandarte. 

-       ¡Qué perfecta manera de representar mi existencia! – me dije

Una noria completando vuelta tras vuelta es precisamente la historia de mis últimos años. Entonces decidí hacerlo. Era sin duda la forma de librarme de todo; la solución a mi sufrimiento. Tenía que saltar fuera de ese círculo vicioso y no hallé mejor opción que lanzarme al vacío desde lo alto de la atracción de feria. Ese salto supondría romper el corsé que me estaba ahogando y terminar cuanto antes con todos mis males. 

Aparqué el coche y salí dejando las llaves puestas. Ya no las necesitaría más. Me dirigí hacia la taquilla y saqué un ticket.

-       Un viaje sólo de ida – le  dije al vendedor, con una sonrisa forzada.

De forma mecánica, como si no me escuchase, me tendió el billete y cogió mi dinero sin siquiera mirarme a la cara. Mi nerviosismo se acrecentaba a cada paso. Tengo miedo a las alturas y comenzaban a entrarme dudas sobre si sería capaz de llevar a cabo mi decisión. Tuve que esperar un par de minutos hasta que una de las cestas se plantó ante mí, invitándome a ocuparla. Al  menos iba a viajar sólo, lo que evitaría un mal rato a un posible acompañante casual. Cuando estaba a punto de cerrar la portezuela de seguridad, una chica se deslizó con gran rapidez por la abertura y tomó asiento. El encargado de recoger los tickets no le prestó atención, a pesar de que pasó por delante de sus narices. Quizá la conocía y tenía viajes gratis. Recordé que cuando era niño, mis amigos y yo nos poníamos en la parte baja de la noria para entrar sin pagar a modo de “contrapeso”. Si por ejemplo una pareja subía y ambos se ponían juntos, se permitía que uno de nosotros se colocase enfrente para equilibrar un poco la carga. A lo mejor, la chica era mi propio contrapeso. Sin embargo ella se sentó a mi lado en lugar de hacerlo frente a mí. Ese pequeño contratiempo no iba a cambiar mis planes. Lamentaba la impresión que iba a causarle a la muchacha en unos instantes, pero ya no había marcha atrás. 

                La gran rueda comenzó a girar lentamente en contraste con la velocidad a la que latía mi corazón. Un sudor frío se inició en mi cuerpo y mis respiraciones se sucedían cortas y a enorme ritmo. Apenas podía tragar saliva. Dejé que pasaran un par de vueltas durante las cuales aproveché para darle un corte de manga al mundo. Una vez concluidas me dispuse para levantarme. Instantáneamente un brazo femenino se enganchó con el mío en un ademán de acercamiento, a la vez que nuestras manos se entrelazaban. Detuve de inmediato mi maniobra y la miré a los ojos. Ella se limitó a sonreír con ternura y un ápice de tristeza en lo que percibí una súplica, como si conociese mis intenciones. Para justificar su acción me susurró una frase al oído:

-       No me dejes sola. Odio las alturas desde mi propia tragedia.

La noria seguía girando mientras nosotros continuábamos en contacto. Experimenté una sensación de bienestar como nunca había sentido; una calidez que me envolvía y me relajaba. Pensé en depositar un pequeño beso sobre su mejilla, pero lo descarté temiendo romper el hechizo. Además, de alguna manera  ya nos estábamos besando con las palmas de las manos. Nuestras respiraciones se fueron acompasando a un ritmo lento. El cosquilleo en el estómago que tradicionalmente se produce durante los descensos, empezó a mantenerse también en los ascensos. Cerré los ojos y volé con ella. Todo mi caos interior se fue ordenando durante aquel cíclico paseo en su compañía. Una vez finalizado, se levantó como un resorte y tras dedicarme una última sonrisa, salió del habitáculo atravesando la puerta sin abrirla. Me quedé petrificado hasta que la voz del empleado, indicándome que saliera, me devolvió a la realidad.

-       ¿Ha visto por dónde se ha ido la chica que me acompañaba?- le pregunté

-       ¿Qué chica? Usted ha estado completamente solo – me respondió al instante, mirándome como si me considerase un desequilibrado.

Desde que regresé de aquel viaje circular que debía ser el último, soy otro. La chica de la noria evitó que yo cometiese el mismo error que presumiblemente ella habría cometido en su tiempo. En ocasiones me pregunto si fue fruto de mi imaginación, pero las sensaciones fueron tan reales que siempre termino rechazando esa posibilidad. Cada vez que veo una noria tengo que subirme en homenaje a aquel ángel que salvó mi vida. Elijo el momento adecuado para ocupar en solitario una de las cestas, con la esperanza de que vuelva a encontrarme con ella para darle las gracias y pedirle que de nuevo me toque con sus manos.

2 comentarios:

  1. "...de alguna manera ya nos estábamos besando con las palmas de las manos..."
    ¡¡¡Qué hermosura!!!
    Bs.

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