¡Qué buena forma de comenzar!, me
dije cuando acabé de corregir el primer examen correspondiente a la
convocatoria final de la asignatura que imparto. Todos los ejercicios estaban
perfectamente resueltos y explicados, así que la calificación no podía ser
inferior a diez puntos. No recordaba cuándo había puesto esa nota con
anterioridad. En realidad, ni siquiera sabía si lo había hecho alguna vez desde
que soy profesor en la Facultad de Matemáticas.
El segundo que
corregí no le fue a la zaga y de nuevo puse entusiasmado la máxima
calificación. Cuando sucedió lo mismo con el siguiente, me pregunté si no se me
habría ido la mano en cuanto a lo asequible de los problemas propuestos. Esta
sospecha quedó confirmada cuando llevaba más de la mitad de los alumnos
calificados y ni uno sólo tenía menos de diez puntos. Revisé el resto con una
meticulosidad insuperable, buscando el menor error: una falta de ortografía,
una coma mal puesta, una palabra tachada,… Sin embargo tuve que poner diez tras
diez hasta que terminé con todo el montón.
Estaba seguro
de que alguien había robado algún ejemplar con los enunciados y lo había
distribuido a toda la clase. Pero incluso en ese caso, resultaba prácticamente
imposible que todos tuviesen tan perfecta la resolución. Pensé en anular todo
el proceso y fijar una nueva fecha para repetir la prueba, pero rectifiqué inmediatamente
al no poder esgrimir una razón plausible para tal medida. Por muy inusual que
pareciese, un diez colectivo no era motivo suficiente.
Al día
siguiente comenté el hecho con mi colega del despacho contiguo, quien me
contagió su cara de asombro cuando me contó que en su asignatura había ocurrido
exactamente lo mismo. Todos los alumnos habían obtenido la nota máxima. Bajamos
juntos a la cafetería del aulario y comprobamos que entre los docentes no se
hablaba de otra cosa. De repente los estudiantes se habían transformado en
verdaderos genios. Esta situación no era exclusiva de la titulación de
Matemáticas, sino que se generalizaba a la totalidad de los estudios de la
Universidad.
Un mes después
el rectorado convocó una reunión de urgencia con un único punto en el orden del
día: “Búsqueda de propuestas para asignar las matrículas de honor”. El rector,
con gesto compungido, alertó de la importancia de establecer un desempate para
poder otorgar las matrículas, respetando la ratio de una cada veinte alumnos o
fracción. La idea de hacer un nuevo examen ya se había llevado a cabo sin
ningún éxito, pues como era de esperar, el empate persistía. Decidir las
matrículas de honor mediante sorteo no era de recibo, amén de las denuncias que
con toda seguridad presentarían los no agraciados. Lo cierto es que tras muchas
deliberaciones se acordó que no se darían matrículas de honor en ese curso.
Este acuerdo tuvo escasa vigencia. Un año después ocurrió exactamente lo mismo
y para entonces las protestas ya habían llegado al Tribunal Europeo para
Asuntos Universitarios (con sede en Bolonia), que resolvió que si un alumno
tenía un diez en todas y cada una de las pruebas, debía concedérsele la
matrícula de honor.
La Universidad
española comenzó a tener gravísimos problemas presupuestarios, debido a la
falta de ingresos, ya que cada matrícula de honor exime del pago de una
asignatura en el curso siguiente. Así pues, todos realizaban su carrera de
manera absolutamente gratuita. Muchas Universidades tuvieron que cerrar. A
pesar de todo, lo peor estaba por llegar.
El virus de la
inteligencia desmesurada siguió vigente en las generaciones posteriores,
mientras que los primeros afectados llegaban al mercado laboral. Todos los que
se presentaban a oposiciones realizaban los exámenes a la perfección aunque éstos
fuesen extraordinariamente difíciles. No había forma de seleccionar a los que
ocuparían las plazas ofertadas. Además, a medida que se jubilaban las personas
que desempeñaban los trabajos más físicos y los oficios menos deseados, no
existía continuidad ante la falta de candidatos que siguiesen con las labores
que dichos trabajos comportaban. En ese momento comenzó verdaderamente el caos.
Miles de personas luchaban por sus derechos a ocupar plazas de altos
funcionarios, ante la pasividad de la administración, que no encontraba forma
racional y justa de asignarlas. Por otro lado, los comercios de las ciudades fueron
cerrando paulatinamente, debido a la falta de empleados que los atendiesen, a
la inexistencia de transporte que sirviese la mercancía y a la desaparición de
las fábricas encargadas de manufacturarla. Los más decididos emigraron a los
países vecinos para copar los mejores trabajos en ellos. Pero ese contacto con
la población de otros estados trajo consigo el contagio y al cabo de un tiempo
la situación se reprodujo en prácticamente todo el mundo “civilizado”.
Hoy se mata en
plena calle por ocupar un puesto de alto cargo ganado en un examen en el que se
ha obtenido la máxima calificación. De la lista van desapareciendo candidatos
porque son asesinados por sus rivales, hasta que queda el número exacto de
puestos ofrecidos. Hay estupendos ingenieros, verdaderos genios de la arquitectura,
inmejorables médicos y cirujanos, que no están sustentados por los trabajadores
de rango inferior. En definitiva, la disposición piramidal se ha transformado
en una cúpula que aglutina a prácticamente toda la población y que no está
soportada por ningún tipo de cimiento. La gente cultiva sus propios huertos,
cría su propio ganado y se fabrica su propia ropa para poder subsistir. La
consecuencia última será la vuelta del hombre al estado más primitivo y
finalmente la extinción. Y todo ello debido a un exceso de inteligencia.
Me nudo bucle! Me gusta!
ResponderEliminarHola Ginebra. Sabes que me encanta cuando te gusta alguno de mis pequeños relatos. Ciertamente, este es una milonga mental que espero no sea premonitoria.. :-). Bueno, el desencadenante no es fácil que se produzca. Y no precisamente porque yo sea duro corrigiendo. ;-)
EliminarAquí ya ha comenzado a ocurrir, pero no tenemos tan claro ese final. Habrá que esperar un poco.
ResponderEliminarSaludos desde la Intercacia paredeña.
Bienvenida a la lectura de mis escritos "Casa Alta". Espero verte por aquí con frecuencia. Sí, es cierto que algunos tristes pasajes del relato comienzan a ocurrir en todas partes: "cierre de negocios", pero la razón no es precisamente el "exceso de inteligencia"....Un abrazo!!
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