domingo, 28 de julio de 2013

Risas y llantos

Maridaje musical: Akhnaten: Prelude (Philip Glass) enlace youtube


Estudié Antropología gracias a mi tío abuelo. El hermano de mi abuela era un auténtico aventurero. Se pasó casi cincuenta años viajando por los lugares más recónditos del mundo. Conocía especies animales que ignoraba cualquier experto biólogo; había visto plantas y árboles no clasificados en los libros especializados; sabía la ubicación de cuevas y saltos de agua que no figuraban en ningún atlas y, sobre todo, había convivido con tribus no registradas en los tratados antropológicos.

     Un buen día, después de casi medio siglo sin dar señales de vida, llamó a la puerta de su hermana. Cuando mi abuela abrió y se lo encontró en el porche, él simplemente se limitó a decir: 

-          ¡Hola Celia! Ya estoy de vuelta
-          ¡Hola Jorge!  Llegas justo para comer. Pondré un plato más - contestó ella.
   
 Eran dos personas inusitadamente raras. Es lo único que se me ocurre para poder justificar situaciones como el hecho de que nunca se denunciase la desaparición del tío abuelo, a pesar de su larga ausencia; o que la abuela Celia lo recibiese sin formular ninguna pregunta ni lanzar ningún reproche, igual que si se hubiese marchado el día anterior. 

Jorge se sentó a la mesa y esperó a que le sirviesen el cocido. Después de probarlo lo alabó con sinceridad, diciendo:

-          Hacía años que no probaba un potaje tan rico como éste

Para preguntar a continuación

-          ¿Dónde está Braulio?
-          Murió hace  veinte años- respondió mi abuela.
-          Lo siento de veras, Celia. Era un buen tipo- dijo Jorge. 

Y se introdujo en la boca una nueva cucharada.

Braulio era mi abuelo, al cual yo no llegué a conocer. Se le cayó encima el tractor cuando se encontraba arando un prado de pronunciada pendiente, convirtiendo su cabeza en un disco que despedía masa encefálica, del mismo modo que una uva entrega su pulpa al aplastarla con el pulgar. Se había casado con mi abuela por inercia; sus respectivas madres eran gemelas. Así que ellos mismos eran primos y novios desde que nacieron. Yo creo que concibieron a mi madre en un descuido. 

Esta especie de desapego y falta de sentimientos que caracteriza a mi familia materna, extrañó sobremanera a mi padre, que terminó por acostumbrarse. Afortunadamente esa cualidad se hizo menos patente en mamá y parece que conmigo desapareció por completo.

Dadas las circunstancias, a nadie le extrañó que tras su regreso, Jorge nunca saliese de casa y se limitase a mirar el horizonte desde el amanecer hasta el anochecer; con descansos para alimentarse, dormir o hacer sus necesidades; sin otorgar a su rostro la más mínima expresión. A mí me inspiraba mucha curiosidad y lejos de temerle, cuando iba de visita a aquella casa corría a su habitación y me quedaba observándolo. Él giraba su cabeza al oírme entrar, me escrutaba durante unos segundos y volvía a su postura frente a la ventana. Al principio hablábamos poco y de cosas intrascendentes hasta que llegaba la hora de marchar, pero enseguida comenzó a contarme interesantes historias sobre la forma de vida de pueblos y tribus remotas. Yo creo que ya en esa época le agradaba mi compañía y esperaba mi llegada cada Sábado, aunque nunca llegó a confesármelo.

Un día, me soltó de repente:

-          ¿Tú lloras a menudo?
-          Lo normal en un niño de 10 años – le contesté
-          ¿Y te ríes con frecuencia? – insistió
-          Cuando me divierte algo – respondí al instante
-          ¡Pues ten mucho cuidado! No malgastes los llantos por cosas sin importancia y procura reírte siempre en compañía.
-          ¿Por qué?, tío- pregunté

Pero se limitó a esbozar una mueca, que no pudo terminar de construir, y cambió de tema, pasando a describirme alguna de las rarísimas especies animales que había visto en un recóndito lugar.

A causa de las historias que me contaba Jorge en mis visitas semanales a la casa de la abuela, por cierto, de forma muy aséptica y sin ningún tipo de emoción, surgió en mí un enorme interés por la Biología y la Antropología. Cuando cumplí los dieciocho y tocó decidir qué estudios universitarios comenzar, lancé una moneda al aire y salió cara. Así que me matriculé en Antropología y en cinco años estudié todo lo conocido relacionado con esa disciplina. Lo “desconocido”, ya lo había aprendido con Jorge durante los ocho anteriores, aunque yo aún no era consciente de ello.

   El día que presenté mi trabajo fin de carrera obteniendo la máxima calificación, conduje a toda velocidad hasta la casa de mi abuela; pasé a su lado casi sin saludarla cuando me abrió la puerta e irrumpí en la habitación de Jorge envuelto en risas de felicidad.

-          ¡Tío Jorge! ¡Lo he conseguido! ¡Antropólogo con el mejor expediente!
-          ¡Enhorabuena! – me replicó, acompañando mis carcajadas con las suyas

Acto seguido, un par de lágrimas se asomaron al balcón de sus párpados inferiores y se deslizaron por su cara, confluyendo en una delicada fusión a la altura de la barbilla. Entonces, cerró los ojos y expiró. Fue la única vez que oí el sonido de su risa. De hecho todas mis sesiones en aquel cuarto se habían caracterizado por una total ausencia de emociones, tanto en Jorge como en mí mismo y siempre estuvieron presididas por un clima de extraordinaria atención ante sus increíbles narraciones, que emitía de forma casi mecánica.

Según su propia voluntad, el tío Jorge fue incinerado, siendo yo quien debía custodiar sus cenizas hasta que alguien las reclamase. Durante el funeral, un hombre alto, delgado, con el pelo muy largo, estaba situado en última fila siguiendo atentamente la ceremonia. Al salir de la iglesia me propuso una cita para el día siguiente. Su tez estaba curtida. Tenía un acento muy extraño y su cadencia al hablar era muy similar a la de Jorge: inexpresiva y ausente de emociones. Acepté su propuesta y me dirigí a casa. Aquella noche, sin saberlo, “derroché” una buena cantidad de llanto.

Baukal, fue el nombre con el que se presentó el curioso individuo cuando nos encontramos de nuevo en el café Oriental. Le dejé hablar y con su raro acento me contó una historia extraordinaria.

Treinta años atrás, Baukal encontró moribundo al tío Jorge y no dudó en llevarlo a su aldea. Ese acto de irresponsabilidad a punto estuvo de costarle el destierro definitivo de La Comunidad. Mi tío salvó la vida y se recuperó gracias a los sabios cuidados de Baukal, que se convirtió en el guardián y responsable de los actos de Jorge. Cuando éste se recuperó completamente, se ganó el respeto del pueblo y lo adoptaron como uno más. Pronto aprendió a expresarse como ellos y comenzó a contarles sus aventuras. Las narraciones sobre criaturas, pueblos y paisajes cautivaron a toda La Comunidad, que acabó bautizándolo como “Kalanko Topica”, cuyo significado en la lengua nativa es: “Creador de historias”. El tío Jorge detuvo su viaje en aquel lugar y decidió quedarse allí para siempre, hasta el fin de sus días.

Mi enorme curiosidad me impulsaba a interrumpir continuamente a Baukal con preguntas que siempre obtenían la misma contestación con su curioso deje: “no tengo permiso para responder a eso”. Tras varios intentos infructuosos, me di por vencido y le dejé que me contase lo que considerase oportuno.

El pueblo de Baukal no tenía religión alguna. Si había algo a lo que adorase, era al hombre mismo. Sostenía que todos tenemos al nacer una pequeña fortuna en forma de risas y llantos, para gastar a lo largo de nuestra vida. Cada persona tiene una cantidad diferente y eso condiciona su forma de expresar sentimientos. Aquellos menos pudientes en este sentido ríen poco  y lloran en contadas ocasiones, pues aunque ellos no lo sepan, su alma conoce que en el momento en que las risas o los llantos se acaben, morirán de inmediato. La familia de mi madre debe ser especialmente pobre emotivamente hablando, a tenor de su forma de proceder.

-          Por eso Jorge me preguntó hace años si yo lloraba mucho- interrumpí
-          Así es – respondió Baukal
-          También me dijo que riese siempre en compañía ¿Por qué? ¿Estás autorizado para contestar a eso?- dije  con poca esperanza.
-          Sí. Eso te lo puedo decir.

Entonces Baukal me contó que existe una forma de “ahorrarse” risas sin dejar de manifestar alegría. Si estás en compañía y ríes como respuesta a la risa de otro, tu cantidad no disminuirá, mientras que tu compañero sólo gastará una: la iniciadora. En esos casos se dice coloquialmente que “te han invitado a unas risas”. Sin embargo, esto no ocurre con el llanto y cada vez que llores, sólo o en compañía, se te descontará uno de tu cuenta. 

El tío Jorge nunca me invitó a una risa. No podía, ya que en su zurrón emotivo sólo quedaba una, además de un único llanto. Mientras se estaba en el poblado era posible dar rienda suelta a cualquier sentimiento, pues allí reír y llorar resultaba “gratis”. Todos los miembros  de La Comunidad donaban sus risas y llantos, poniéndolos en una bolsa común que misteriosamente nunca se agotaba y se regeneraba continuamente. Sin embargo, fuera de la Aldea las cosas no funcionaban de la misma manera. Cuando alguien debía salir, tan sólo le proporcionaban una risa y un llanto para el viaje. Por esa razón mi tío abuelo y el propio Baukal actuaban de forma tan mecánica e inexpresiva. Jorge no podía invitarme a ninguna risa y, lamentablemente, yo sólo le invité a él una vez, sin saberlo. Fue precisamente el día de mi graduación como Antropólogo. Mi entrada triunfal en aquella habitación dio la oportunidad a Jorge de reírse por primera y única vez en mi compañía. No gastó su última risa, pero sí lo hizo con su último llanto. Le fue imposible contenerlo. Llevaba demasiado tiempo haciéndolo y mi alegría le hizo sucumbir definitivamente. Hubiera querido explicármelo todo, pero no le dio tiempo.

Jorge era muy feliz en La Comunidad, pero después de tanto tiempo fuera de su  hogar quiso volver por última vez a visitar a su familia. Su intención era salir del poblado con su equipaje unitario de risa y llanto, hacer el viaje, pasar una semana en casa y finalmente despedirse para siempre, regresando al poblado en forma de cenizas. Su guardián Baukal debía acompañarle con el fin de traerlo de vuelta. Todo marchaba según lo planeado hasta que aparecí yo en escena. Un niño que mostraba enorme curiosidad, que no le tenía miedo y que se pasaba el tiempo observándolo, escuchando sus cuentos con atención. Me consideró como el hijo que nunca tuvo. Esa primera semana se prorrogó a un mes, luego a un año, después otro y otro más… Baukal esperó pacientemente, aprendió nuestro idioma, consiguió un trabajo y vivió una vida aparentemente normal durante casi tres lustros, sin poder iniciar risas ni llorar en ninguna ocasión. Realmente tuvo que ser una verdadera tortura que soportó estoicamente. Baukal supo con exactitud el momento en el que mi tío expiró e hizo los preparativos para el regreso con las cenizas.

-          ¿Por qué quieres llevarte sus cenizas?- le pregunté
-          No tengo permiso para responder a eso – dijo Baukal por enésima vez
-          ¡Me lo temía! – sentencié

Había decidido entregarle la urna con los restos de Jorge, pero deseaba obtener algo a  cambio y formulé una última pregunta:

-          ¿Puedes saber cuántas risas y llantos me quedan?
-          Estate tranquilo, amigo, tienes una verdadera fortuna de ambos. No obstante recuerda los sabios consejos de tu tío Jorge.

Su contestación fue suficiente para mí y le tendí el recipiente con las cenizas. A continuación esbocé una sonrisa que él acompaño un segundo más tarde y que desembocó en un aluvión de risas que corrió de mi cuenta, como no podía ser de otra forma. Baukal me lo agradeció con un abrazo. Luego se levantó, de nuevo inexpresivo, y se fue. Creo que hizo un enorme esfuerzo por no llorar. Ese habría sido su fin. Parecía un guerrero muy experto. Mientras salía del café, no pude evitar preguntarme qué edad tendría. Me había contado muchas cosas, pero yo estaba seguro de que se había callado lo más interesante y extraordinario.

Aquella larga conversación modificó mi actitud ante la vida. Desde entonces, casi nunca río sólo y jamás he desperdiciado un llanto. Siempre que he llorado, ha sido por algo que merecía la pena. Hace un mes he cumplido setenta y cinco años. Mis amigos me prepararon una fiesta sorpresa en la que di rienda suelta a mis emociones sin reparar en gastos. Cuando volví agotado a mi casa encontré una misteriosa carta con un escueto mensaje:

“Si aún conservas tu curiosidad de antaño, estoy autorizado a satisfacerla. Para ello tendrás que hacer un largo viaje”

La nota iba acompañada por una fecha: 28 de Julio; y un lugar: Aeropuerto de Lusaka (Zambia).

No precisaba estar firmada; yo sabía de dónde procedía y no lo dudé ni un solo instante.

Acabo de bajarme del avión de Zambian Airways y mi corazón parece que se me va a salir del pecho. Cuando salgo al vestíbulo en el que desemboca el pasillo de las llegadas, me quedo de piedra al ver la cara de Baukal, que mira con su expresión de cera buscando a alguien. El tiempo no ha pasado por él, en cambio yo ya soy un viejo, aunque muy bien conservado y ágil para mi edad. Él me reconoce enseguida y nos abrazamos fuertemente. Yo no puedo evitar derramar unas lágrimas. Baukal se contiene y sólo reacciona cuando le invito a unas risas. Luego, sin dejar de mirarnos, me indica que le siga. Tengo el fuerte presentimiento de que La Comunidad me reserva muchas sorpresas y creo que “Kalanko Topica”  seguirá contándome sus maravillosas historias.

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