domingo, 2 de junio de 2013

La dama





La primera vez que apareció ante mis ojos me quedé petrificado. Estaba ingresado en el  hospital, convaleciente de mi operación de apendicitis, cuando entró de improviso, sin llamar, con paso decidido. Venía a visitar a mi compañero de habitación, que también había sido intervenido esa misma tarde. Estuvo con él toda la noche y los dos días siguientes. No me dirigió la palabra; de cuando en cuando me miraba fríamente, como si le molestase mi presencia. Si he de ser sincero, fue un alivio cuando se fueron juntos y un nuevo paciente ocupó la cama de al lado. Sin embargo, al volver a mi  hogar tras recibir el alta, la lectura de una novela me la trajo de nuevo a la memoria y rememoré esos momentos que compartí en silencio su compañía. En ese recuerdo comencé a verle cierto atractivo y empezó a fascinarme. En cualquier caso, fue algo pasajero y pronto me olvidé de ella.
               
       Sólo unos meses después, volvió a cruzarse en mi camino. Esta vez fue en una discoteca. Yo me encontraba tomando unas copas con unos amigos cuando se desató una pelea y al mirar en la dirección de donde provenían los gritos, la vi pasar como una exhalación hacia el lugar en el que se dirimía la contienda. A pesar de sus prisas, tuvo tiempo de mirarme a los ojos y dedicarme una sonrisa. Ahí fue donde sucumbí a sus encantos. Quise abordarla y dirigirme a ella, pero se fue súbitamente acompañando al chico que había llevado la peor parte en la trifulca. Ese día caí en sus redes. Regresé a casa pensando en ella y no he podido quitármela de la cabeza desde entonces. La he visto en otras ocasiones y siempre me permite contemplar su eterna sonrisa, para pasar junto a mí con una indiferencia que me duele en las entrañas. Estoy cansado de verla irse con otros sin prestarme a mí la menor atención, despreciando mis deseos de acompañarla.

Me encuentro perdidamente enamorado y no puedo contarlo a ninguno de mis amigos, pues me tacharían de loco. Sé perfectamente cómo puedo concertar una cita con mi amada, pero soy un cobarde y no me decido. Ayer mismo estuve a punto de encontrarme con ella, pero al final no tuve arrestos para saltar al vacío. Así que sigo esperando con ansia el instante  en que sin duda, llamará a mi puerta y me tenderá su mano para que la acompañe. Entonces lo abandonaré todo y me marcharé, sin despedirme, sin equipaje, con la gran dama, temida por todos y que a mí me ha cautivado.

2 comentarios:

  1. Es el primero de tus relatos que leo. Ha hecho que me lance a por el segundo.
    Saludos desde la sombra de los árboles de Carejas.

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  2. Me alegro mucho de que la lectura te haya sugerido continuar. Confío en que siga esta inercia. Un abrazo desde la piscina de Paredes.
    Ah! Encontré algún ejemplar del libro

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