Comenzó a germinarse una mañana
de Abril. Nosotros no fuimos conscientes de ello a pesar de los vómitos. Al día
siguiente, cuando el médico nos anunció la posibilidad de su advenimiento, no
lo queríamos creer. Aunque inicialmente la noticia fue un auténtico mazazo por
lo inoportuno del momento, poco a poco nos fuimos haciendo a la idea de su inevitable
llegada y acabamos deseándola con todas nuestras fuerzas. Sólo
fueron cuatro meses de gestación que nos parecieron eternos y finalmente la
madrugada del 14 de Agosto llegó a nuestras vidas. Nació muy fuerte y contribuimos
a su rápido desarrollo alimentándola continuamente. Los primeros meses fueron
los peores: noches en vela, ojos hinchados y un cansancio vital que nos llegaba al alma, mientras ella continuaba creciendo y succionando con fruición hasta
las entrañas. Su primer cumpleaños estuvo exento de tarta y regalos; sin
embargo a ella no pareció importarle lo más mínimo y se erigió en la auténtica protagonista,
llenándolo todo con su enorme presencia.
No
puedo decir que su adolescencia haya sido especialmente conflictiva, si bien
nos ocasionó algunos quebrantos de manera periódica. Conforme fueron pasando
los años sus reclamaciones de atención han ido disminuyendo y hace poco más de
un mes cumplió su mayoría de edad. Hoy, al fin, se ha emancipado.
Ya
no echo de menos a mi madre, no porque la haya olvidado, sino porque ya no
siento su ausencia. Sólo tengo que cerrar los ojos para verla; sólo tengo que
respirar para percibir su aroma; sólo tengo que abrazar para notar su tacto;
sólo tengo que besar para apreciar su sabor y no necesito oírla para saber que
está conmigo.
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