viernes, 17 de febrero de 2012

Vida contemplativa

Maridaje musical: A passage of life (Kitaro)



Mis progenitores eran unos apasionados de las obras de arte. Como además gozábamos de una razonablemente buena salud económica, nuestro domicilio parecía una especie de mini museo repleto de esculturas y pinturas. De todas ellas, el cuadro que regiamente presidía el salón era mi favorito. Se trataba de uno de los sublimes paisajes urbanos de Antonio López: una desértica avenida madrileña repleta de edificios con multitud de ventanales y terrazas. Si se observaba desde la distancia adecuada, parecía talmente una fotografía realizada con infinito esmero y dotada de la iluminación perfecta. Nunca me cansaba de mirarlo, esperando quizá descubrir un movimiento de cortina en alguna de las ventanas, seguido de la aparición de una furtiva cara vigilante. Podía pasarme horas con los ojos clavados en el lienzo hasta hallar un nuevo y desconocido trazo, una muesca en cualquiera de las cornisas, un chicle aplastado en el asfalto…Para mí era sin duda alguna, la obra perfecta.
   
La tarde de la jornada que constituyó mi decimoctavo cumpleaños, mientras esperaba a que mi madre terminase de realizar unas cuantas llamadas telefónicas, destinadas a ultimar los detalles organizativos de mi “fiesta sorpresa”, me dediqué una vez más a mi afición predilecta. De pronto, creí ver una fugaz y sutil oscilación tras una diminuta cristalera que pertenecía a una buhardilla. Me acerqué hasta casi rozar la tela con la punta de mi nariz y en ese momento una irresistible fuerza tiró de mí, elevándome del suelo y empotrándome literalmente en el cuadro. Me vi transportado a lo más parecido al interior de una nube. Todo a mi alrededor era de un blanco tan luminoso que tuve que cerrar los ojos. Había una total ausencia de perspectiva espacial, lo que me produjo una fuerte sensación de mareo. Instantes después, una pequeña superficie de la albina atmósfera se fue disipando formándose una abertura; una tronera que daba precisamente al salón de mi domicilio. Allí estaba mi querida madre, llamándome con gran preocupación. Le contesté, le hice señas, traté de acercarme a ella; pero todo fue inútil. Por más que me esforzaba con garganta, pies y manos no era capaz de llamar su atención. Intenté tomar carrerilla para lanzarme por el hueco y aterrizar en el suelo de la sala de mi hogar pero fue en vano. Mis acelerados pasos no produjeron ningún avance espacial pues no había rozamiento que me hiciese progresar en aquella celda de algodón. ¿Dónde me encontraba? ¿Qué me había sucedido? Más gente de mi familia comenzó a llegar y el desasosiego aumentaba con cada nuevo visitante. Yo me sentía absolutamente impotente y no podía hacer otra cosa que contemplarlos mientras lloraba desconsoladamente. Pasaron varias horas hasta que comencé a asumir mi situación. Entonces comprendí que formaba parte de la obra pictórica que tanto me entusiasmaba. Raptado como  una doncella por su amado pretendiente. Condenado a vivir encerrado, con la sola distracción de poder observar un pedazo de la vida de otros a través de un ventanal. No necesitaba comer pues no tenía ninguna sensación de hambre. Mi cuerpo no experimentaba ningún cambio y nada me demandaba. La dimensión temporal era inexistente en mi calabozo con vistas. Tan solo mi mente evolucionaba, obteniendo datos mediante los dos únicos sentidos activos: la vista y el oído. Cuando me convencí de que nunca saldría de aquel lugar, empecé a disfrutar de él a mi manera. Haciendo lo que mejor se me daba: observar. 

Durante muchos años fui testigo de todo lo que pasaba en la estancia a la que daba mi prisión. Desde el privilegiado balcón que me ofrecía el paisaje urbano contemplé toda actividad desarrollada en la gran pieza. No necesitaba dormir y ningún detalle se me escapó. Al principio me hablaba a mi mismo pero con el tiempo dejé de hacerlo y simplemente pensaba y contemplaba. Aprendí el lenguaje corporal hasta tal punto que podría decirse que era capaz de adivinar el pensamiento y sabía exactamente cuándo alguien mentía.

Un buen día, debido a la precaria situación económica al invertir toda su fortuna en mi búsqueda, mis padres tuvieron que vender el cuadro de Antonio López y con él me alejaron para siempre de su lado sin saberlo. Entonces mi claraboya hacia el mundo quedó ubicada en la sala de juntas de uno de los mejores bancos del momento. Allí continuó mi aprendizaje sobre la miserable condición  humana. Fui testigo de todo tipo de sucias maniobras y conocí los oscuros secretos que se escondían detrás del desmesurado e imparable crecimiento de la entidad. Con el “crack” económico todo se fue a la quiebra y los bienes fueron embargados y subastados. Entre ellos mi guarida. Me convertí en el escondido inquilino de la mansión de un multimillonario. Asistí como convidado de piedra a las clandestinas reuniones que se celebraron en aquel inmenso despacho. Supe todos los detalles de los execrables movimientos de los más importantes líderes mundiales y di notarial fe de innumerables complots. Pasé largas temporadas en museos de distintos rincones del mundo, conociendo fugazmente todo tipo de gentes, escuchando brevemente infinidad de conversaciones, estudiando afanosa y compulsivamente a los de mi especie. Así transcurrieron más de doscientos años.

Finalmente, hace unos meses, el vehículo volante que transportaba piezas de arte entre dos pinacotecas sufrió un aparatoso accidente. Algunas de las obras quedaron muy deterioradas. Una de las víctimas fue mi mazmorra, en la cual se abrió un buen boquete por el que salí despedido al exterior. Me alejé corriendo y tras varios minutos me percaté de lo bien que respondía mi cuerpo después de tan larga inactividad. La recuperación paulatina de mis sentidos perdidos y la aparición de sensación de hambre y sed me provocaron un gran llanto de felicidad. Mi reloj biológico, tras una pausa de más de dos siglos, comenzó de nuevo a funcionar. Mi cuerpo estrenaba su mayoría de edad formando equipo con la mente más experta que pueda albergar un ser humano. La vida en la Tierra era muy distinta debido a los importantísimos avances en todas las materias.

Hoy Las máquinas dominan el mundo, pero no de la forma en la que lo predecían las películas de mi infancia. La realidad es que ellas constituyen la única mano de obra existente. Están al servicio de la nueva especie humana y son utilizadas en la práctica totalidad de las actividades. Así pues, su dominio reside en que se han hecho absolutamente imprescindibles. Al mismo tiempo que su importancia crecía, se han ido transformando las capacidades intelectuales del hombre. La mayor parte de los habitantes del planeta serían considerados en mi época como autistas. Conocen a la perfección el uso de los dispositivos más sofisticados pero son incapaces de realizar los más simples razonamientos. Existe una raza superior, que al no tener acceso a la tecnología fue conservando gran parte de su inteligencia. Hoy son los auténticos líderes y poseen mucho poder. Las desigualdades cognitivas son enormes y podría decirse que la división mundial es binaria: Por un lado está la pequeña cúpula medianamente inteligente y por el otro una gran masa que vive en la más absoluta indigencia mental. Los primeros aún mantienen intacta la miserable condición humana y se aprovechan de los segundos hasta la extenuación. Yo los conozco muy bien y voy muchos pasos por delante de todos. Me he pasado el equivalente a tres vidas visionando un interminable documental sobre la evolución de la humanidad.

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