miércoles, 11 de enero de 2012

Una vida compartida

Maridaje musical: "I will find you" (Moya Brennan)



Estaban hechos el uno para el otro y a pesar de todo solamente tres veces tuvieron contacto. La primera fue cuando ambos apenas contaban unas horas de vida. El hospital en el que vinieron al mundo sufrió una gran inundación en el pabellón de maternidad y tuvieron que trasladar de inmediato a todos los bebes recién nacidos. Aquello era un hervidero de enfermeras porteando capazos, como si fueran hormigas obreras trasladando la comida a buen recaudo. Para que la improvisada mudanza pueril fuese más rápida, en algunas de las diminutas cunas viajaban dos pequeños. Ese fue el primer y único viaje de novios que tuvieron.

    Él creció sano y feliz. Buen estudiante y con una madurez inusual desde su más tierna infancia. Todo lo que hacía, lo hacía a conciencia. Tanto en el trabajo como en la diversión siempre tenía que ser el mejor. Ella por el contrario era débil y enfermiza. Podría decirse que su hogar era la sala de espera de pediatría del centro de salud. Pasaron casi veinte años antes de que se produjese un nuevo punto de intersección en sus respectivas trayectorias vitales. Fue en un concierto de rock. El destino quiso que estuviesen muy próximos entre sí cuando se produjo la avalancha que oprimió sus cuerpos. En un acto reflejo él la cogió de la cintura y tiró de ella, tratando de atravesar el torrente humano que discurría de manera implacable hacia la estructura metálica que constituía el escenario. Nadando literalmente en ese río de gente lograron alcanzar la orilla exhaustos. Ella estaba semiinconsciente por el shock y la falta de aire. Mientras llegaban los miembros de protección civil le practicó los primeros auxilios y consiguió reanimarla realizándole la respiración boca a boca. Ese fue su segundo contacto y constituyó su primer y único beso. Mientras la acompañaba hacia la ambulancia sus miradas se cruzaron por primera y última vez. Debido al gran tumulto y griterío reinante no repararon en preguntarse nombres ni direcciones y de nuevo se separaron. A los dos les quedó una sensación de nostalgia y tristeza, como cuando estás en el mejor de los sueños y el despertar acude para destruirlo cual brisa que derriba un delicado y hermoso castillo de naipes. Sus cuerpos se habían reconocido por el tacto a pesar de que eran unos extraños el uno para el otro.

    Él continuó con su vida: Tuvo gran éxito en todos los aspectos y aunque nunca se decidió a formar una familia, podríamos decir que todas sus aspiraciones quedaron satisfechas más temprano que tarde. Ella siguió con su particular calvario. En el chequeo rutinario que le realizaron tras el episodio sufrido en el concierto, le descubrieron una lesión degenerativa en su corazón. Su rutina durante los siguientes veinte años consistió en continuas entradas y salidas de hospitales, convirtiéndose finalmente en permanente huésped de una habitación de clínica cuyas inseparables compañeras eran una botella de oxígeno y una máquina que emitía sonidos cada vez más asíncronos. Cuando esperanza y tiempo se agotaban al unísono, un órgano de un donante compatible apareció milagrosamente. En la mesa de operaciones, justo cuando el nuevo corazón ingresó en su cavidad torácica, se produjo el tercer contacto entre ellos. El último y definitivo. Unidos ya para siempre apenas doce horas después de que él hubiese sufrido el fatal accidente automovilístico. Dos semanas más tarde salía del hospital llena de vitalidad; con una felicidad que le salía de las entrañas. No había posibilidad de rechazo. Aquel día, con cuarenta años a sus espaldas, nació de nuevo. Estaba completamente decidida a vivir intensamente la otra mitad de su existencia.

1 comentario:

  1. Está muy bien. Mañana lo leo en el programa de radio.

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