jueves, 26 de junio de 2014

Forzada faena

Maridaje musical: "Una canción para la Magdalena" (Joaquín Sabina) Enlace youtube




¡Otro paseíllo más!, pensó mientras se calzaba los ajustados pantalones. Sabía que no sería el último, muy a su pesar. Aún le quedaban muchas “faenas” por delante y un montón de plazas que visitar una y otra vez: Sevilla, Madrid, Barcelona, Bilbao... Las grandes capitales eran las peores. En los pequeños pueblos aún podía esconderse un poco, pero en las ciudades importantes había que emplearse a fondo, pues la exigencia era mucho mayor. 

                Aunque odiaba su actividad, tenía una gran reputación y una profesionalidad fuera de toda duda. Cuando estaba en cartel, la afluencia era masiva y se hacían grandes cajas. Las críticas por no arrimarse demasiado eran absolutamente falsas, levantadas desde dentro, fruto de la envidia. No tenía ningún miedo a los revolcones; es más, se diría que los buscaba con ahínco desde el primer instante.

                Ya faltaba poco para “saltar a la arena”. Siempre que salía al ruedo se le humedecían los ojos. Las primeras veces lloró como un bebé, pero ahora sabía contenerse. Sentía cómo se posaban sobre su cuerpo todas las miradas. Era un objeto de deseo y eso, lejos de producirle satisfacción, le repugnaba. 

                Se puso la luminosa chaquetilla salpicada de abalorios; contempló la virgen que tenía sobre la mesa y le lanzó un beso con una petición anudada. La misma de siempre. Después se dispuso para recibir una embestida tras otra con la mirada perdida en el tendido; maldiciendo el día en el que abandonó su país buscando un futuro mejor. Soportaría las “cornadas” en su cuerpo otra noche más. Soñaba con “cortarse la coleta” y volver a casa con los suyos. La obligación de satisfacer una inexplicable y creciente deuda, contraída con su “apoderado”, era su cadena perpetua. Quizá a ella, con los años, le concederían el indulto.

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