En días como
hoy, al mirar a mi hija y darme cuenta de lo rápido que crece, acude a mí un
recuerdo de la infancia que marcó mi vida. No tendría más de siete años. Estaba
con mi madre, en el jardín de la casa de verano, columpiándome alegremente
gracias a los impulsos que ella me proporcionaba. Mi blanquecino aspecto y el
pañuelo que me cubría la cabeza, ocultando una alopecia debido a la
quimioterapia, no impedían mis carcajadas de felicidad. El aire se llevó la
siguiente conversación:
-
Mami, cuando sea mayor ¿podré ponerme vestidos
tan bonitos como los tuyos?
-
¡Claro que sí, mi amor!
-
¿Y podré llevar bolsos como esos que guardas en
tu armario?
-
¡Por supuesto, mi bien!
-
¿y calzaré zapatos de tacón…, rojos?
-
¡Todos los que quieras, cielo!
-
¡Mami!, ¿Cómo sabré que ya soy mayor?
-
Bueno, mi vida; podrás ir sola por la calle y no
necesitarás que mamá te ayude en casi todo…
¿Quieres que te empuje más fuerte, cariño?
-
No, mami. Voy a ver si me doy yo sola. Quiero
empezar a conseguir hacerme mayor. Espero que me dé tiempo a llegar a serlo…
Entonces la oí
suspirar, mientras murmuraba para sí misma:
-
Llegarás…, tesoro, llegarás… ¡Te lo prometo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario