Hoy era el día. No podía demorarlo más, pues el tiempo se
acababa. Unos meses antes se hubiese detestado con sólo imaginar lo que estaba
dispuesto a realizar en tan sólo unos minutos. Era su más fiel amigo y sin
embargo iba a abandonarlo.
Se
conocían desde siempre. De hecho lo había visto llegar a casa a los pocos días
de nacer y recordaba perfectamente ese instante, aunque él sólo contaba con un
año de edad. Desde entonces se hicieron inseparables. Lo que más le gustaba era
salir juntos de paseo. Nunca se olvidaba de su pelota y podían pasarse más de
una hora, uno lanzándola y el otro corriendo por el parque en pos de ella para
recogerla y depositarla de nuevo cariñosamente en las manos del primero. Todo
era felicidad entre ambos hasta que comenzó a sentir esos dolores. No era capaz
de comprender por qué todo lo que engullía con hambre feroz, apenas descansaba
en su interior unos minutos, para ser devuelto al suelo de la cocina hecho una
papilla. A pesar de que en su presencia, los adultos se abstenían de hacer
comentarios, su instinto le decía que aquello no iba a terminar bien y acabaría
por poner punto final a su relación de una forma trágica. No quería pasar por
el trago del abrazo de la agonía tras la inyección letal. Era mejor una
despedida ahora, que aún conservaba fuerzas. Es posible que él, ignorante de la
situación, no entendiese en un principio la razón de sus actos y se sintiese
traicionado, pero sin duda eso, con todas sus consecuencias, era mejor que la
otra alternativa. Al menos, eso era lo que había decidido su limitado cerebro.
Así fue
como durante el tercer lanzamiento de pelota y mientras la bola aún surcaba el
aire, comenzó a correr, alejándose de su mejor amigo, sin mirar atrás e
incrementando la velocidad, hasta dejar de oír a sus espaldas los gritos de un
niño de apenas nueve años, que con lágrimas en los ojos, como si hubiese
comprendido, le gritaba:
-¡Toby!, ¡Toby!,
¡Vuelve aquí! ¡TOBY!...
No hay comentarios:
Publicar un comentario